RACIONALISMO JURÍDICO

RACIONALISMO

PANOPTICO INFORMATICO JUDICIAL

PATERNALISMO Y AUTORITARISMO

ACUERDO CONSTITUCIONAL.
Parece superfluo pero resulta necesario recordar que conforme al acuerdo constitucional de hacer de la nuestra una sociedad democrática, igualitaria y liberal, de la que pueda pregonarse que es además justa, (y por supuesto también conforme al juramento que compromete a todo funcionario público con ese acuerdo), el Estado y las instituciones de la organización jurídico política que lo integran deberían constituirse, sin excepción alguna, como organizaciones de personas en las que sobre cualquier otra consideración prime la obediencia a la Constitución y  a las leyes (que declaran lo que es justo) y tengan capacidad para adecuar sus pensamientos y actos a la racionalidad que de ellas emana. Deberían estar conformadas por individuos intelectual y moralmente dotados para conjugar voluntades, ordenar  pensamientos, elaborar proyectos y coordinar actividades en torno a explícitas finalidades socialmente valiosas claramente definidas (en la Constitución); con decisión y madurez intelectual suficiente para determinar y conseguir objetivo definibles, posibles, necesarios y beneficiosos previamente establecidos (en las leyes); con la preparación y aptitud que se requiere para aplicar los medios y recursos públicos disponibles a fin de alcanzar metas específicas o resultados cuantificables (a través reglamentos); y capaces en fin de discernir lo justo para dirimir conflictos, aplicar sanciones, atribuir facultades, obligaciones, restableciendo el orden jurídico social (mediante actos jurídicos singulares)[i]. Lograr todo ello no requiere capacidad o esfuerzo excepcionales. No es necesario conformar comisiones del más alto nivel, solicitar la concurrencia de los más brillantes juristas nacionales y destacados expertos internacionales; mucho menos esperar la financiación del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. Hay que actuar ordenadamente y nada más. 

RACIONALIDAD JURÍDICO POLITICA
En ello radica la racionalidad de la organización jurídico política y en esa racionalidad están las posibilidades de construir un ordenamiento jurídico social democrático, es decir, una sociedad con una institucionalidad ordenada y claramente regulada lo cual sólo es posible bajo la inquebrantable afirmación de que en esa sociedad todos los hombres son capaces para discernir lo justo y lo injusto y por eso mismo todos ellos tienen aptitud para participar activamente en la vida política, en las decisiones de la colectividad y ordenar y decidir libremente qué hacer con su propia vida. El reconocimiento de la igualdad en el uso de la razón jurídica que habilita a todos los hombres para discernir entre lo justo e injusto, es desde siempre el fundamento de la creencia democrática, y su negación, el fundamento de conductas totalitarias, según lo sustentado por K. Popper[1], cuya lectura habría que recomendar a nuestros dirigentes, gobernantes o líderes, como quieran llamarse.

DEMOCRACIA.
La Constitución – que no es un don ni un invento sino un convenio racional y fundamentado acerca de lo que es justo- tiene prevista la construcción de una sociedad democrática, igualitaria y ordenada en nuestro territorio, una sociedad de la cuál tal vez algún día podamos pregonar (o puedan hacerlo nuestros descendientes) lo que se pregonaba de un paradigma modernísimo que tiene una antigüedad de 2,400 años y  está plenamente vigente. Aquel del cual informa Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso al resumir el célebre discurso fúnebre en honor de los caídos en la guerra pronunciado por Pericles el año 431 ac., discurso que contiene, al decir de K. Popper, la mejor descripción y el más grande elogio de la democracia.  ¡Ojalá! podamos decir de lo nuestro como decía él decía de lo suyo: “Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre es, Democracia, porque las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría. Y luego podríamos agregar sencillamente que entre nosotros... A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición…En lo que se refiere a nuestra manera de entender distinguir entre lo privado y lo público, podremos asegurar…   Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida…. Respecto a nuestro sentido de la responsabilidad, diremos… Arraigada está en nosotros la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos….consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso”  La democracia ateniense del siglo V a.c. , sigue siendo el paradigma de organización social y política, cuyos virtudes habría que imitar y cuyos defectos habría que evitar. Esto no es imposible ni utópico para la colectividad vigorosa, diversa, múltiple de todas las sangres y todas las culturas, como dicen los que más saben, sino una necesidad para encausar su vitalidad. Cuando así ocurra podremos continuar nuestro discurso afirmado… “cada uno de nuestros ciudadanos puede hacer gala de una personalidad suficientemente capacitada para dedicarse a las más diversas formas de actividad con una gracia y habilidad extraordinarias.” [2]…y todo eso gracias a que nos comportamos con decencia.  

PATERNALISMO Y AUTORITARISMO.
En una sociedad de tal clase, desde luego, está proscrita toda conducta paternalista o autoritaria, porque una y otra niegan capacidad, igualdad, libertad o responsabilidad en los individuos del colectivo social; una y otra denigran y envilecen. La primera supone debilidad, inmadurez o algún tipo de orfandad en lo miembros de la colectividad sobre la cual se ejerce y la segunda supone torpeza, primitivismo o brutalidad en sus miembros. Ese estado de cosas –según el programa implícito en esas creencias- sólo puede superarse gracias a la generosa intervención de un selecto grupo de hombres titulares de toda virtud, bondadosos, educados y sabios que orientan y dirigen a los ignaros habitantes de la opacidad,  o por la afortunada aparición de algún o algunos pocos  hombres carismáticos, inteligentes, audaces, valientes y severos que ordenan y conducen a la manada humana por las triunfales sendas de éxito imperecedero. Y así pues, entonces, a unos para prevenir errores, les habría sido entregado el monopolio de la razón,  a los otros para evitar torpezas el monopolio de la virtud. Nosotros no podemos admitir ese tipo de conductas, no porque no conduzcan a la felicidad bovina, sino precisamente por eso.
Si asumimos que es nuestro deber, conforme al mandato constitucional,  constituir una sociedad democrática, racionalmente ordenada y responsablemente gobernada no podemos tolerar ni el paternalismo ni el autoritarismo, porque tales tendencias corroen la base en que se asientan las creencias constitucionales. Niegan los fundamentos de la conducta democrática, es decir el reconocimiento de la igual capacidad y libertad de todas las personas (cuyo escaso juicio reclamaría una dirección); niegan la racionalidad del sistema jurídico legal (que debería ser completado por la revelación del arcano de valores,  principios, creencias o ideologías que solo ellos conocen) y por último niegan la responsabilidad correlativa las consecuencias de los actos a través de los cuales se afectan derechos (por la primacía de la obediencia y sumisión,  sobre la igualdad y la libertad).

HISTORIA
Este es un asunto muy importante porque las tendencias autoritarias y paternalistas están presentes en las diversas colectividades que constituyen el conglomerado social. Hay muchas razones históricas que explican estas tendencias. Conservan vigor creencias no explícitas, usos y costumbres heredados de un vergonzoso coloniaje que trajo consigo el brutal avasallamiento de las poblaciones nativas, todo lo cuál, sumado a las diferencias propias de nuestra diversidad cultural, abonan en pro de la afirmación de la existencia de privilegios a favor de unos y discriminaciones en desmedro de otros, que se justificarían por la natural superioridad de unos grupos sobre otros y de unas personas sobre las otras, todo lo cuál contradice el proyecto constitucional de construir una sociedad democrática, igualitaria, libre, ordenada racionalmente, y conformada a los criterios de justicia, cuyo proceso se ve retrazado por esas taras.
La historia, es decir, la comprensión del orden o desorden pasado, no ata sino libera en la medida en que proporciona una explicación de las causas o razones de lo sucedido, razones y causas que puedan o no coincidir con las que motivan los actos del presente. La virtud de la historia no está en la explicación de las causas por las cuales somos lo que somos, ni en la justificación de lo que se hizo y se sigue haciendo, sino en el conocimiento de las creencias, razones o motivos que hacían necesarios o explicables actos, hechos, creencias, usos y costumbres que persisten cuando no subsisten las razones o motivos que las hacían explicables.  La historia sirve para indicar cuando es que aquello que fue verdadero, justo, útil o necesario allá en ese entonces,  es falso, injusto e inútil ahora. El autoritarismo y paternalismo se ubican en el rango de conductas que atan y propugnan el retorno a un pasado vergonzoso. Como dice Benedetto Croce, “La única historia es la historia contemporánea… porque es evidente que sólo un interés por la vida presente puede mover a indagar un hecho pasado; el cual en cuanto se unifica con un interés por la vida presente no responde a un interés pasado si no presente” [3]


[1] K Popper. “La Sociedad Abierta y sus Enemigos”. Ediciones Paídós Ibérica S.A.. Barcelona 2006. Es uno de los libros escritos por K. Popper para fundamentar la validez de esa afirmación.
[2] Tucídides. La Guerra del Peloponeso. Tomo I. Discurso de Pericles
[3] Jorge Basadre. “Iniciación de la República” Tomo I. Librería Francesa Científica y Casa Editorial E.Rosay. Lima 1929. pag.